Las heridas emocionales de la infancia influyen y condicionan como serán nuestras relaciones personales cuando seamos adultos, marcan nuestro carácter y nuestra calidad de vida.
Estas heridas se producen en la infancia a raíz de alguna experiencia negativa o situación traumática vivida con nuestros padres.
Son situaciones que hemos vivido como abandono, rechazo, humillación, traición e injusticia, nos generan mucho dolor y nos dejarán huella.
Debemos tener en cuenta que el impacto y las consecuencias serán mayores, ya que a edades tempranas no disponemos todavía de las habilidades y recursos necesarios para hacerles frente.
Son marcas o «lesiones psicológicas y/o afectivas» que no han sido bien curadas y cada vez que vivimos situaciones que nos provocan emociones similares a las provocadas por la herida, volvemos a ella.
Los efectos de estas heridas se evidencian de diferentes maneras, como por ejemplo: ansiedad, vulnerabilidad hacia determinados problemas, rasgos de personalidad, fracaso en las relaciones afectivas etc.
Las heridas afectan a todas las áreas de nuestra vida, por lo que tenemos que desaprender la forma en la que nos hemos ido protegiendo y reaccionando del exterior y aprender a responder de otra forma que nos permita estar bien y en sintonía con nosotros mismos.
Las heridas emocionales son como unas gafas a través de las cuales vemos nuestra vida, hasta que las sanamos.
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