La respuesta de la mayoría de nosotros sería, bastantes, muchas veces…
El ser humano es el único animal que es capaz de pensar y reflexionar sobre sus actos. Por ello, cuando hemos dicho o hecho algo mal y nos damos cuenta de ello, sentimos cierto grado de malestar.
Este proceso es totalmente necesario para poder cambiar, mejorar y desarrollar otros comportamientos.
Podemos decir entonces que sentir culpabilidad en una intensidad y duración adecuadas, puede resultar adaptativo.
¿Qué es la culpa?
La culpa es una de las 6 emociones básicas, descritas por Paul Ekman.
Todas las emociones cumplen una función, en el caso de la culpa, parece actuar como nuestro «pepito grillo», brindándonos información sobre las consecuencias de nuestras acciones y poder aprender de ellas.
Al darnos cuenta de las consecuencias de nuestras acciones, tenemos la capacidad y oportunidad de pedir perdón a la persona dañada.
Cuando la culpa se convierte en destructiva
El problema viene cuando la culpa, pasa de esa función adaptativa a ser destructiva. Muchas veces llegamos a ser nuestro peor enemigo, no hay a nadie que critiquemos con tanta dureza como a nosotros mismos.
Nos castigamos por haber fallado o herido a algún ser querido, «debería haber estado a su lado», «no tenía que haberle dicho eso…», y todos estos mensajes que nos damos, afectan a nuestra salud mental (autoestima, ansiedad, depresión, deterioro en las relaciones personales…)
Desde niños se nos educa para que seamos buenas personas y tengamos una serie de cualidades en base a lo que se espera de nosotros.
Pero, ¿quién establece lo que está bien o está mal? Nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestros valores son los que determinan nuestra culpabilidad.
Por tanto, en cuanto pensamos que no hemos obrado como debíamos o se esperaba de nosotros, aparece la culpa.
Fijaros, por tanto, la culpa depende también de como interpretamos las situaciones, lo que nos pasa, de ahí la importancia de nuestros pensamientos y del caso que les hagamos en base a una situación concreta.
Por ello, cada uno de nosotros vivimos la culpa de distinta manera, hay personas, por ejemplo, que no pueden dormir después de haber fallado a alguien, alargando esta sensación durante varios días y a otras, en cambio, les dura menos y no llega a afectar en su día a día.
Culpa vs Responsabilidad
Como dice Borja Vilaseca, en su artículo nos dice que entre todos hemos creado y consolidado «la cultura de la culpa». Así, la mayoría de seres humanos intentamos diariamente eludir cualquier tipo de responsabilidad, poniendo de manifiesto nuestra falta de madurez. Y como no, se trata de una limitación que terminamos inculcando sobre las nuevas generaciones.
Tenemos que tener claro que todas las personas cometemos errores, por mucho que tratemos de portarnos bien y no dañar a nuestros seres queridos, es inevitable.
Como no podemos cambiar las cosas que ya han sucedido, es inútil seguir comiéndonos la cabeza por aquello que hice o dije, ya que solo alimentará mi malestar.
Para tratar de aliviar ese sentimiento, tratamos de buscar culpables a nuestro alrededor. El alivio que sentimos a corto plazo, desaparece y finalmente, no nos va a quedar más remedio que afrontar nuestros errores.
Cuando nos sentimos culpables, tenemos que aceptar nuestra culpabilidad, esto no implica estar de acuerdo con lo que he hecho o restar importancia, se trata de no dejarnos llevar por la cascada de pensamientos negativos que surgen en torno a ella y nos afectan a nuestra salud mental y a nuestro día a día.
Esta aceptación también está ligada a aceptarnos tal y como somos, a aceptar nuestras cualidades positivas y negativas, a darnos permiso para cometer fallos y errores.
Solo si somos capaces de aceptar a nosotros mismos, seremos capaces de alcanzar nuestro bienestar.
La culpa y el perdón
El perdón es la manera que tiene el corazón de saber cómo curar las inevitables heridas y decepciones de la vida, como dice Gonzalo Brito y Margaret Cullen en su libro Mindfulness y Equilibrio Emocional.
Cuando nos damos cuenta que hemos podido herir a alguien, tenemos la oportunidad de pedir perdón por ello.
Pero lo que muchas veces nos cuesta, es perdonarnos a nosotros mismos.
Si nos perdonamos a nosotros mismos, significa que estoy aceptando que no soy perfecto, doy cabida a mis errores, a mis imperfecciones y acepto que la vida es así, con lo bonito y lo menos bonito.
Gracias al perdón puedo restaurar mi autoestima, que se ha visto dañada por la culpa o la vergüenza de mis actos.
Tenemos cuatro pasos para llevar a cabo el perdón a uno mismo:
- Reconocer el dolor causado sin exagerarlo ni minimizarlo.
- Reconocer el grado de responsabilidad por el daño (si sobreestimamos nuestra responsabilidad podemos prolongar la culpa más de lo necesario).
- Identificar el estado de ánimo en el momento de la conducta.
- Hablar con la o las personas afectadas por mis acciones.
Como os comentaba a lo largo del artículo podemos convertirnos en nuestro peor enemigo. La crítica destructiva nos asalta, provocándonos mucho daño y malestar.
Al sentirnos culpables, la mayoría de los mensajes que nos damos, son negativos y dañinos, como ya hemos visto.
Frente a esto y para poder llegar a perdonarnos, todos los seres humanos contamos con una herramienta muy poderosa, la compasión a uno mismo o autocompasión, que no es más que tratarnos a nosotros mismos con amabilidad y cariño, hasta en los malos momentos.
Una persona que se siente culpable, se convierte en su propio verdugo. Séneca.